La síntesis de Gluck
A principios de la segunda mitad del siglo XVIII (1750-1760), el
panorama musical europeo consistía en una pluralidad de voces,
experiencias y tiempos: en Italia, a pesar de las experiencias
operísticas de Jomelli y Traetta, y sus esfuerzos para superar las
extravagancias del barroco, el modelo operístico metastasiano, con su
rígida alternancia de arias y recitativos y su belcanto extremo e
inexpresivo, seguía siendo dominante. La música instrumental, al
contrario, entró en una fase de profunda transformación: los esquemas
barrocos dejaron su lugar a un lenguaje más transparente, sencillo e
inmediato que conocimos con el adjetivo de galante a través de las
sonatas y de la nueva forma de la sinfonía. Del otro lado de los Alpes,
en Francia, la tradición de Lully y de la tragédie lyrique seguía manteniéndose en vida gracias a la actividad de Jean-Philippe Rameau (su última ópera, Les Boréades,
se presentó en 1763), mientras que las regiones del centro de Europa,
Alemania, Bohemia y el imperio Habsburgo, trataban de buscar su propio
camino entre estas tradiciones (italiana y francesa) explorando el
potencial sinfónico de la música instrumental. La transición del barroco
al clasicismo, impulsada por las reformas ilustradas de las grandes
monarquías, fue todo menos que un proceso linear y homogéneo a nivel
europeo: el clasicismo de Johann Christian Bach coexistió con las danzas
francesas de Rameau, y las sinfonías de Stamitz con óperas en puro
estilo metastasiano.
Frente a este panorama tan irregular e inestable nos resulta difícil
imaginar el nacimiento triunfal de una época musical tan estable y
estructurada como el clasicismo de Haydn y Mozart: hace falta una pieza
clave de nuestra historia, una pieza que pueda reunir y ordenar todos
estos impulsos y estímulos musicales tan diferentes para nivelar el
terreno, estabilizarlo y permitir la construcción de nuevas ideas. Esta
pieza responde al nombre de Christoph Willibald Gluck (1714 – 1787).
Nacido en Alemania, en el pequeño pueblo de Erasbach, Gluck abandonó
rápidamente su identidad germánica para transformarse en un verdadero
hombre europeo: desde muy joven, todavía adolescente, se trasladó a
Praga y de ahí, en 1737, a Milán donde estudió nada más y nada menos que
con Giovanni Battista Sammartini. A pesar de sus estudios en la música
instrumental, en Italia (Venecia, Bolonia, Turín y, obviamente,
Nápoles), Gluck se dedicó principalmente a la composición de afortunadas
óperas al estilo metastasiano hasta 1745, cuando decidió mudarse a
Londres. Su estancia en la capital británica fue breve pero suficiente
para conocer a Handel y aprender de él los secretos de su grandiosa
sencillez teatral, a pesar del poco interés que demostrara el viejo
Maestro (ese joven “conocía el contrapunto como su cocinero”, llegó a
decir en una ocasión).
En 1752 Gluck llega Viena, la capital del Imperio, donde es nombrado Kapellmeister
de una importante orquesta privada donde colabora con el rico,
brillante y poderoso conde italiano Giacomo Durazzo, cabeza de toda la
vida musical vienesa. El contacto con Durazzo y sus ideas ilustradas y
reformadoras lo acercan por primera vez al mundo francés y a la idea de
un compromiso operístico entre Francia e Italia, idea que Gluck
desarrollará de forma más concreta pocos años después, a principios de
la década de los 60’, con Ranieri de Calzabigi (1714 – 1795),
intelectual y libretista italiano. Bajo la supervisión de Durazzo, Gluck
transforma el mundo de la ópera (Orfeo ed Euridice de 1762
marca el inicio de la reforma): desaparece el virtuosismo del bel canto
italiano y la artificial alternancia aria-recitativo para construir una
ópera más natural (la Ilustración estaba más presente que nunca), más
atenta a la palabra y a la expresión de las emociones con una
orquestación más variada (la experiencia milanesa con Sammartini había
sido fundamental) y matizada. Después de Viena, Gluck se traslada a
París para componer ocho tragédies (cuatro fueron reelaboraciones de viejas óperas) con éxitos distintos. En 1786 regresa a Viena donde muere un año después.
Esta compleja, larga y aventurosa trayectoria artística es el retrato
de un músico extraordinario, internacional, sin fronteras, que absorbe
todos los estímulos de las grandes personalidades que conoce por toda
Europa (Hasse en Praga, Sammartini y Metastasio en Italia, Handel en
Londres, Durazzo en Viena). De ellos Gluck aprende y escucha cada
palabra, cada nota, para construir un lenguaje nuevo, sobre todo a
partir de la reforma operística con Calzabigi. Gluck vive una Europa
entre dos épocas, el barroco y el clasicismo, y de ambas recupera
elementos e ingredientes para revolucionar la música y empujarla
definitivamente hacia nuevos territorios. Más allá de la innegable
calidad de su música (las tres óperas compuestas con Calzabigi, Orfeo ed Euridice, Paride ed Elena y Alceste,
son verdaderas obras maestras), la capacidad de síntesis y de
innovación le permitieron canalizar todas las voces de la Europa tardo
barroca en un único sendero, el mismo sobre el que pronto caminarían
Haydn y Mozart: el clasicismo vienés.
Alcestes de C. W. Gluck
Es incomprensible el invento
del director de escena en el pensamiento que le introduce a los intérpretes y
cantantes que no tiene nada que ver con la tragedia de Alceste en la obra
griega de Eurípides, vean el video.-
Libreto
Acto I
En la plaza principal de la ciudad de Feras, en Tesalia, el pregonero
anuncia la muerte inminente del rey Admeto a su pueblo. El confidente
del rey, Evandro, está pidiendo a la gente que ofrezca sacrificios a los
dioses y consulte a un oráculo, pidiendo consejo. La esposa de Admeto,
Alcestes, sale del palacio con sus hijos Eumelo y Aspasia. La reina
también quiere unirse a la gente en el sacrificio y consultar el
oráculo.
En el templo de Apolo, el sumo sacerdote y sus ministros están
invocando a los dioses y ofreciendo sacrificios. Alcestes llega con su
séquito y hace un sacrificio a dios. Su sacrificio es aceptado; el
templo iluminado y perfumado comienza a temblar. El oráculo de Apolo
pronuncia su veredicto: Admeto morirá a menos que alguien más sea
sacrificado en su lugar. Inicialmente horrorizado y confundido, Alcestes
se pregunta quién podría amar tanto a Admeto que sacrificarían su
propia vida. Ella decide ofrecer su muerte a cambio de la vida de su
esposo. Evandro y su confidente Ismene se apresuran a decirle que
Admeto, en su lecho de muerte. El rey pide ver a su esposa por última
vez. Una vez que Alcestes se ha ido del templo, los sacerdotes y la
gente se unen a Evandro e Ismene para discutir el último giro de los
acontecimientos, todos ignorantes del voto de la reina. Nadie más tiene
el coraje de ofrecer su propia vida para salvar al rey.
Acto II
Por la noche, Ismene intenta detener en vano a Alcestes al entrar en
el bosque sagrado dedicado a los dioses del inframundo. Cuando oye una
voz desconocida en el bosque, Alcestes se aterroriza. Su coraje regresa
gradualmente y, a pesar de las advertencias de los dioses infernales,
hace el juramento que la condena a muerte en el lugar de Admeto.
Alcestes pide a los dioses que le permitan abrazar a su esposo e hijos
por última vez antes de descender al Hades, y ellos consienten.
En el palacio, los cortesanos celebran la inesperada recuperación del
rey. Evandro también se une al regocijo y le cuenta al rey sobre el
oráculo de Apolo, seguro de que alguien ha sacrificado su propia vida
por su buena salud. Mientras el rey alaba la generosidad de este héroe
anónimo, Alcestes llega con su séquito. Admeto corre para abrazar a su
esposa y no entiende por qué está visiblemente molesta y se niega a
responder sus preguntas. La reina se rinde gradualmente: le recuerda a
Admeto sobre el oráculo de Apolo y revela que se ofrecido a los dioses a
cambio de la recuperación del rey. Admeto está furioso. Él rechaza el
sacrificio de Alcestos, anteponiendo su amor a sus deberes como esposa y
madre. Se va con Evandro para regresar al oráculo, convencido de que
esta respuesta fue incorrecta o mal interpretada. Una vez que se queda
sola con Ismene y sus damas de honor, Alcestes siente que su fuerza se
desvanece y se prepara para la muerte. Luego se levanta para llevar a
sus hijos a Admeto para que él los cuide.
Acto III
Admeto le dice a Evandro que el oráculo de Apolo permaneció en
silencio. El rey no puede morir por su esposa, por lo que debe
resignarse a su muerte. Mientras que el monarca lamenta su destino,
Alcestes llega con los niños, Ismene y su séquito. A cambio de su
sacrificio, la reina le pide a Admeto que nunca más se case. Luego
confía a los dos niños pequeños al rey y se despide. Alcestes le pide a
sus hijos que cuiden su tumba. Mientras todos lamentan el destino de la
Reina, un grupo de dioses infernales irrumpe en la habitación: el tiempo
se acabó, Alcestes tiene que ir al inframundo. Admeto se ofrece por
última vez en lugar de su esposa, sacando su espada para defenderla,
pero todo es en vano. Alcestes es llevada por los dioses del Hades.
Angustiado, Admeto quiere quitarse la vida para poder unirse a su esposa
de inmediato. Sin embargo, Evandro e Ismene lo detienen, señalando un
destello brillante en las nubes. Apolo mismo baja de los cielos y se
dirige hacia el rey. Los dioses se compadecieron de la pareja y están
regresando a Alcestes, que abraza a su esposo e hijos. El rey ordena
inmediatamente otro sacrificio para agradecer a Apolo.
Hasta Pronto.-