domingo, 12 de abril de 2020

LA REFORMA DE LA ÓPERA CHRISTOPH WILIBALD GLUCK (1714-1767)


La síntesis de Gluck 
A principios de la segunda mitad del siglo XVIII (1750-1760), el panorama musical europeo consistía en una pluralidad de voces, experiencias y tiempos: en Italia, a pesar de las experiencias operísticas de Jomelli y Traetta, y sus esfuerzos para superar las extravagancias del barroco, el modelo operístico metastasiano, con su rígida alternancia de arias y recitativos y su belcanto extremo e inexpresivo, seguía siendo dominante. La música instrumental, al contrario, entró en una fase de profunda transformación: los esquemas barrocos dejaron su lugar a un lenguaje más transparente, sencillo e inmediato que conocimos con el adjetivo de galante a través de las sonatas y de la nueva forma de la sinfonía. Del otro lado de los Alpes, en Francia, la tradición de Lully y de la tragédie lyrique seguía manteniéndose en vida gracias a la actividad de Jean-Philippe Rameau (su última ópera, Les Boréades, se presentó en 1763), mientras que las regiones del centro de Europa, Alemania, Bohemia y el imperio Habsburgo, trataban de buscar su propio camino entre estas tradiciones (italiana y francesa) explorando el potencial sinfónico de la música instrumental. La transición del barroco al clasicismo, impulsada por las reformas ilustradas de las grandes monarquías, fue todo menos que un proceso linear y homogéneo a nivel europeo: el clasicismo de Johann Christian Bach coexistió con las danzas francesas de Rameau, y las sinfonías de Stamitz con óperas en puro estilo metastasiano.
Frente a este panorama tan irregular e inestable nos resulta difícil imaginar el nacimiento triunfal de una época musical tan estable y estructurada como el clasicismo de Haydn y Mozart: hace falta una pieza clave de nuestra historia, una pieza que pueda reunir y ordenar todos estos impulsos y estímulos musicales tan diferentes para nivelar el terreno, estabilizarlo y permitir la construcción de nuevas ideas. Esta pieza responde al nombre de Christoph Willibald Gluck (1714 – 1787). Nacido en Alemania, en el pequeño pueblo de Erasbach, Gluck abandonó rápidamente su identidad germánica para transformarse en un verdadero hombre europeo: desde muy joven, todavía adolescente, se trasladó a Praga y de ahí, en 1737, a Milán donde estudió nada más y nada menos que con Giovanni Battista Sammartini. A pesar de sus estudios en la música instrumental, en Italia (Venecia, Bolonia, Turín y, obviamente, Nápoles), Gluck se dedicó principalmente a la composición de afortunadas óperas al estilo metastasiano hasta 1745, cuando decidió mudarse a Londres. Su estancia en la capital británica fue breve pero suficiente para conocer a Handel y aprender de él los secretos de su grandiosa sencillez teatral, a pesar del poco interés que demostrara el viejo Maestro (ese joven “conocía el contrapunto como su cocinero”, llegó a decir en una ocasión). 
En 1752 Gluck llega Viena, la capital del Imperio, donde es nombrado Kapellmeister de una importante orquesta privada donde colabora con el rico, brillante y poderoso conde italiano Giacomo Durazzo, cabeza de toda la vida musical vienesa. El contacto con Durazzo y sus ideas ilustradas y reformadoras  lo acercan por primera vez al mundo francés y a la idea de un compromiso operístico entre Francia e Italia, idea que Gluck desarrollará de forma más concreta pocos años después, a principios de la década de los 60’, con Ranieri de Calzabigi (1714 – 1795), intelectual y libretista italiano. Bajo la supervisión de Durazzo, Gluck transforma el mundo de la ópera (Orfeo ed Euridice de 1762 marca el inicio de la reforma): desaparece el virtuosismo del bel canto italiano y la artificial alternancia aria-recitativo para construir una ópera más natural (la Ilustración estaba más presente que nunca), más atenta a la palabra y a la expresión de las emociones con una orquestación más variada (la experiencia milanesa con Sammartini había sido fundamental) y matizada. Después de Viena, Gluck se traslada a París para componer ocho tragédies (cuatro fueron reelaboraciones de viejas óperas) con éxitos distintos. En 1786 regresa a Viena donde muere un año después. 

Esta compleja, larga y aventurosa trayectoria artística es el retrato de un músico extraordinario, internacional, sin fronteras, que absorbe todos los estímulos de las grandes personalidades que conoce por toda Europa (Hasse en Praga, Sammartini y Metastasio en Italia, Handel en Londres, Durazzo en Viena). De ellos Gluck aprende y escucha cada palabra, cada nota, para construir un lenguaje nuevo, sobre todo a partir de la reforma operística con Calzabigi. Gluck vive una Europa entre dos épocas, el barroco y el clasicismo, y de ambas recupera elementos e ingredientes para revolucionar la música y empujarla definitivamente hacia nuevos territorios. Más allá de la innegable calidad de su música (las tres óperas compuestas con Calzabigi, Orfeo ed Euridice, Paride ed Elena y Alceste, son verdaderas obras maestras), la capacidad de síntesis y de innovación le permitieron canalizar todas las voces de la Europa tardo barroca en un único sendero, el mismo sobre el que pronto caminarían Haydn y Mozart: el clasicismo vienés.   

Alcestes de C. W. Gluck 


Es incomprensible el invento del director de escena en el pensamiento que le introduce a los intérpretes y cantantes que no tiene nada que ver con la tragedia de Alceste en la obra griega de Eurípides, vean el video.-




Libreto

Acto I

En la plaza principal de la ciudad de Feras, en Tesalia, el pregonero anuncia la muerte inminente del rey Admeto a su pueblo. El confidente del rey, Evandro, está pidiendo a la gente que ofrezca sacrificios a los dioses y consulte a un oráculo, pidiendo consejo. La esposa de Admeto, Alcestes, sale del palacio con sus hijos Eumelo y Aspasia. La reina también quiere unirse a la gente en el sacrificio y consultar el oráculo.
En el templo de Apolo, el sumo sacerdote y sus ministros están invocando a los dioses y ofreciendo sacrificios. Alcestes llega con su séquito y hace un sacrificio a dios. Su sacrificio es aceptado; el templo iluminado y perfumado comienza a temblar. El oráculo de Apolo pronuncia su veredicto: Admeto morirá a menos que alguien más sea sacrificado en su lugar. Inicialmente horrorizado y confundido, Alcestes se pregunta quién podría amar tanto a Admeto que sacrificarían su propia vida. Ella decide ofrecer su muerte a cambio de la vida de su esposo. Evandro y su confidente Ismene se apresuran a decirle que Admeto, en su lecho de muerte. El rey pide ver a su esposa por última vez. Una vez que Alcestes se ha ido del templo, los sacerdotes y la gente se unen a Evandro e Ismene para discutir el último giro de los acontecimientos, todos ignorantes del voto de la reina. Nadie más tiene el coraje de ofrecer su propia vida para salvar al rey.

Acto II

Por la noche, Ismene intenta detener  en vano a Alcestes al entrar en el bosque sagrado dedicado a los dioses del inframundo. Cuando oye una voz desconocida en el bosque, Alcestes se aterroriza. Su coraje regresa gradualmente y, a pesar de las advertencias de los dioses infernales, hace el juramento que la condena a muerte en el lugar de Admeto. Alcestes pide a los dioses que le permitan abrazar a su esposo e hijos por última vez antes de descender al Hades, y ellos consienten.
En el palacio, los cortesanos celebran la inesperada recuperación del rey. Evandro también se une al regocijo y le cuenta al rey sobre el oráculo de Apolo, seguro de que alguien ha sacrificado su propia vida por su buena salud. Mientras el rey alaba la generosidad de este héroe anónimo, Alcestes llega con su séquito. Admeto corre para abrazar a su esposa y no entiende por qué está visiblemente molesta y se niega a responder sus preguntas. La reina se rinde gradualmente: le recuerda a Admeto sobre el oráculo de Apolo y revela que se ofrecido a los dioses a cambio de la recuperación del rey. Admeto está furioso. Él rechaza el sacrificio de Alcestos, anteponiendo su amor a sus deberes como esposa y madre. Se va con Evandro para regresar al oráculo, convencido de que esta respuesta fue incorrecta o mal interpretada. Una vez que se queda sola con Ismene y sus damas de honor, Alcestes siente que su fuerza se desvanece y se prepara para la muerte. Luego se levanta para llevar a sus hijos a Admeto para que él los cuide.

Acto III

Admeto le dice a Evandro que el oráculo de Apolo permaneció en silencio. El rey no puede morir por su esposa, por lo que debe resignarse a su muerte. Mientras que el monarca lamenta su destino, Alcestes llega con los niños, Ismene y su séquito. A cambio de su sacrificio, la reina le pide a Admeto que nunca más se case. Luego confía a los dos niños pequeños al rey y se despide. Alcestes le pide a sus hijos que cuiden su tumba. Mientras todos lamentan el destino de la Reina, un grupo de dioses infernales irrumpe en la habitación: el tiempo se acabó, Alcestes tiene que ir al inframundo. Admeto se ofrece por última vez en lugar de su esposa, sacando su espada para defenderla, pero todo es en vano. Alcestes es llevada por los dioses del Hades. Angustiado, Admeto quiere quitarse la vida para poder unirse a su esposa de inmediato. Sin embargo, Evandro e Ismene lo detienen, señalando un destello brillante en las nubes. Apolo mismo baja de los cielos y se dirige hacia el rey. Los dioses se compadecieron de la pareja y están regresando a Alcestes, que abraza a su esposo e hijos. El rey ordena inmediatamente otro sacrificio para agradecer a Apolo.




Hasta Pronto.-