Fuente: Falla de José Luis García del Busto.
La Atlántida
Don Manuel de Falla dejó en los coros de Atlántida un resumen cimero de sus inquietudes y de su sensibilidad musicales, de su profunda creatividad. Es el testamento musical de un artista que se comprometió severamente consigo mismo para hacer llegar a los demás un mensaje de belleza, cumpliendo lo que él vivió íntimamente como un encargo de la divina providencia.
La Atlántida existía dentro de mí desde los años de la infancia. En Cádiz, mi ciudad natal, se me ofrecía el Atlántico a través de las columnas de Hércules y mi imaginación volaba hacia el más bello jardín de las Hespérides»... Esto manifestaba Falla en 1927, poco después de haber concebido la idea de la obra que le iba a ocupar, hasta la obsesión, durante los veinte últimos años de su vida. En el ambicioso proyecto había muchas, muchas cosas: en el tema atlántico podían fundirse lo mitológico (la ciudad sumergida), lo histórico (Colón y el Descubrimiento) y lo religioso. Este último concepto era, naturalmente, esencial para don Manuel: de hecho, en la obra Colón es visto como portador de la fe católica, como estandarte de la evangelización.
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Para Falla su Atlántida era también la oportunidad de sumergirse en la cultura catalana (texto de Verdaguer, sugerencias plásticas de José M. Sert en la entraña del proyecto). La Atlántida de mosén Jacinto Verdaguer constituiría, naturalmente, la base para el libreto de su obra. Pero tal libreto -como en el caso del Retablo- dista mucho de ser una mera selección de una parte de la obra base: Falla trabajó mucho en ello y tomó también versos del Colón del mismo Verdaguer y de una «profecía» de Séneca, y elaboró el de la magnífica «Salve» a partir de textos medievales; por lo demás, algún fragmento compuesto por Falla quedó sin texto atribuido y, así, a sugerencia de Pemán, fue José M. de Sagarra quien escribió el del “Hymnus hispanicus”.
Para Falla su Atlántida era también la oportunidad de sumergirse en la cultura catalana (texto de Verdaguer, sugerencias plásticas de José M. Sert en la entraña del proyecto). La Atlántida de mosén Jacinto Verdaguer constituiría, naturalmente, la base para el libreto de su obra. Pero tal libreto -como en el caso del Retablo- dista mucho de ser una mera selección de una parte de la obra base: Falla trabajó mucho en ello y tomó también versos del Colón del mismo Verdaguer y de una «profecía» de Séneca, y elaboró el de la magnífica «Salve» a partir de textos medievales; por lo demás, algún fragmento compuesto por Falla quedó sin texto atribuido y, así, a sugerencia de Pemán, fue José M. de Sagarra quien escribió el del “Hymnus hispanicus”.
Muy arduas fueron para Falla tanto la elaboración del libreto como la concepción «escénica» de la obra, hasta el punto de que sus dudas no dejaron de repercutir en la desesperante lentitud con que Atlántida avanzaba. Otros motivos más «físicos» se traducían en lo mismo: los continuos achaques en estos años de salud muy debilitada, la falta de paz espiritual sin la cual le resultaba muy problemático concentrarse en el trabajo (los acontecimientos que acabaron en la guerra civil, la propia guerra, la vivencia del exilio -que no por ser voluntario dejaba de ser traumático-, las preocupaciones económicas), sus propios tics personales (como el inusitado tiempo que le ocupaba su higiene personal o el mantenimiento de abundantísima correspondencia, cosa que le parecía insoslayable)... Texto y música quedaron incompletos y, en cuanto a la concepción escénica, ésta no sólo nunca estuvo perfilada sino que, tras la muerte de Sert (1945), Falla pasó a referirse habitualmente a su obra como oratorio, aunque la «ficha técnica» hable de «Cantata escénica en un Prólogo y tres partes».
Al morir Falla, el intrincado cúmulo de sus papeles reveló que Atlántida estaba así: prólogo prácticamente ultimado; primera parte prácticamente completa en lo vocal, pero muy deficitaria en cuanto a orquestación; segunda parte muy incompleta, sin un esquema de sus intenciones y, para más complicación, con varios pasajes para los que había escritas distintas opciones musicales; tercera parte muy avanzada, con la parte vocal totalmente escrita y pasajes también orquestados, mientras otros sólo ofrecían apuntes sobre la instrumentación o ésta faltaba por completo.
Al morir Falla, el intrincado cúmulo de sus papeles reveló que Atlántida estaba así: prólogo prácticamente ultimado; primera parte prácticamente completa en lo vocal, pero muy deficitaria en cuanto a orquestación; segunda parte muy incompleta, sin un esquema de sus intenciones y, para más complicación, con varios pasajes para los que había escritas distintas opciones musicales; tercera parte muy avanzada, con la parte vocal totalmente escrita y pasajes también orquestados, mientras otros sólo ofrecían apuntes sobre la instrumentación o ésta faltaba por completo.
Dos opciones se abrían tras la muerte del maestro: intentar poner en pie, tal y como habían quedado, los pasajes calificables como «terminados», o bien aprovechar todo el material legado por Falla y encomendar a su dilecto discípulo Ernesto Halffter su organización, engarce y acabamiento. Los herederos del compositor y los editores (Ricordi) optaron por esta última. De este modo, tras el esforzado y problemático trabajo de don Manuel, Halffter emprendió el suyo, arduo, dubitativo, lento y emocionadamente entregado.
El primer conocimiento sonoro que pudo tenerse de Atlántida se dio en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona, los días 24 y 26 de noviembre de 1961, con Victoria de los Ángeles, Raimundo Torres y, dirigiendo, el admirable Eduardo Toldrá, a quien la muerte esperaba a la vuelta de la esquina. Los mismos intérpretes repitieron esta primera versión de concierto en el Teatro Falla de Cádiz, el día 30. La primera versión representada tendría lugar en el Teatro alla Scala de Milán, el 18 de junio de 1962. De nuevo en versión de concierto pudo escucharse, durante 1962, en San Jerónimo de Granada, el Usher Hall de Edimburgo, la Plaza Porticada de Santander, el Victoria Eugenia de San Sebastián, el Philharmonic Hall de Nueva York, la Deutsche Oper de Berlín y en el Palacio de la Música y el Monumental de Madrid. Poco después (3 de mayo de 1963), en el Colón de Buenos Aires.
La Atlántida volvió inmediatamente a la mesa de trabajo de Ernesto Halffter. La experiencia de las audiciones y el ansia perfeccionista heredada del maestro le llevaron a reelaborar la partitura que, como «versión definitiva», se reestreno solemnemente el 9 de septiembre de 1976, en la Kunsthaus de Lucerna. Aún con algún retoque final, esta Atlántida se presentó en el Teatro Real de Madrid el 20 de mayo de mayo 1977.
Falla, después de haber ensayado en el catalán de Verdaguer con la Balada de Mallorca y de haberse impregnado de la mejor polifonía española reescribiendo música de Victoria, dejó en los coros de Atlántida un resumen cimero de sus inquietudes y de su sensibilidad musicales, de su profunda creatividad. Es el testamento musical de un artista que se comprometamente consigEEaaao mismo para hacer llegar a los demás un mensaje de belleza, cumpliendo lo que él vivió íntimamente como un encargo de la divina providencia.
Hasta pronto.-
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