Richard Strauss, la revolución
 Fuente.-Verónica MAYNÉS es musicóloga, pianista, profesora y crítica musical
A finales del siglo XIX Verdi y Wagner comparten programaciones junto a los autores veristas y a nuevas personalidades, como la de Richard Strauss.Heredero del Romanticismo y anticipador de la vanguardia, Strauss 
actuará de bisagra entre pasado y futuro con su mezcla de estilos: la 
declamación wagneriana, el melodismo mozartiano, la crudeza sonora de 
los veristas o la suntuosidad del repertorio francés
 Richard Strauss (Múnich, 1864 – Garmisch-Partenkirchen, 1949) fue uno de
 los operistas mejor instruidos en materia orquestal. Heredero de la 
tradición iniciada por Franz Liszt, perfeccionó el poema sinfónico hasta
 convertirlo casi en una narración autobiográfica, logrando la máxima 
expresión de los recursos orquestales y sus posibilidades técnicas, 
tímbricas y descriptivas. Además Strauss fue uno de los directores de 
orquesta más destacados de su época, famoso por sus creaciones, su 
capacidad analítica y por condenar la subjetividad y excesos del 
Romanticismo. 
Ópera expresionista
Pero las óperas de Strauss que marcarán un antes y un después en la historia del género serán Salome y Elektra,
 con las que el autor se posicionará como vanguardista y transgresor, 
admirado por muchos y condenado por el sector más conservador. En 1902 
Strauss asiste a la representación teatral de Salome, de Oscar 
Wilde, y, fascinado, decide escribir una ópera. La versión de Wilde 
representaba las más bajas pasiones humanas con toda su crudeza: la 
lascivia de Herodes, la crueldad de Herodías y la perversidad de Salome.
 La joven princesa se había convertido en icono de la cultura 
contestataria de finales del siglo XIX, retratada por centenares de 
pintores, escritores y músicos en miradas sin tapujos a sus deseos más 
inconfesables y su amoralidad.
  Strauss estrenará Salome en Dresde en 1905, un drama musical en un acto basado en el texto de Wilde. En la ópera las voces responden a un arioso
 de fuerte carga dramática donde los instrumentos participan activamente
 intensificando los textos y clarificando aspectos sutiles de la trama.
 La instrumentación define todos los espectros emocionales y 
psicológicos de los personajes, ya sea en forma de Leitmotiv o 
mediante el uso de complejas combinaciones tímbricas que pretenden 
reproducir el mundo exótico oriental y su atmósfera onírica, con gran 
participación de la sección de vientos.
              Una de las características más interesantes de Salome
 es su estructura musical; se articula en un solo acto en el cual la 
narración se desarrolla de forma ininterrumpida a través de la orquesta.
 Además responde al esquema de la forma sonata, presente en los primeros
 movimientos sinfónicos, el concierto solista o la propia sonata. De 
esta manera, se puede dividir la ópera en cuatro partes: introducción, 
exposición, desarrollo y reexposición o desenlace, al igual que un poema
 sinfónico y a modo de narración literaria. Salome integra estéticas finiseculares como el simbolismo y el decadentismo, anticipando elementos del expresionismo como el Sprechgesang.
 La acción se desarrolla en una noche de luna llena, símbolo que 
representa el inconsciente, lo irracional, la enfermedad, la locura y lo
 prohibido, y que Wilde compara con una mujer que emerge de su tumba, 
efecto descrito por Strauss con una música extraordinaria. El compositor
 analizó escrupulosamente el texto de Wilde para definir musicalmente a 
los personajes. El canto de Salome incluye armonías expresionistas y 
melodías breves que describen su impetuosidad, perversidad y deseo 
irrefrenable; en el lado opuesto, Jokanaan se expresa con una línea 
melódica pausada y una armonía de resonancias arcaicas que dibuja su 
carácter noble y presagia la aceptación religiosa de su sacrificio.
La herencia wagneriana aparece en numerosas ocasiones, no solo en cuanto al uso del cromatismo –con armonías que recuerdan a diferentes escenas de Der Ring des Nibelungen– sino también por el constante uso del Leitmotiv. El principal es el del deseo erótico de Salome, que aparece desde el principio de la ópera –“Er ist schrecklich”– y que, junto a otros elementos melódicos reconocibles, se desarrollará ampliamente en la danza de los siete velos, momento de clímax brillante por los numerosos elementos orientales –de invención straussiana– y su plasticidad visual. La pieza describe todos los claroscuros de la caprichosa protagonista: la ingenuidad propia de su juventud –líneas melódicas delicadas–, la perfidia heredada de la madre –acordes disonantes–, la voluptuosidad –exotismo en la instrumentación– o el paroxismo sexual en el clímax de la danza, con ritmos acelerados, agitación sonora y participación de toda la orquesta en forte. La escena no solo es uno de los puntos álgidos de la ópera, sino que además provoca el fatal desenlace: el sacrificio de Jokanaan.
Uno de los momentos más originales –y censurados– de la obra es cuando Salome por fin, puede satisfacer su deseo de besar la cabeza cortada del Bautista (“Ah! Du wolltest mich nicht deinen Mund küssen lassen”), y lo hace con una música de gran peso dramático en la que aparece nuevamente el Leitmotiv del deseo, esta vez consumado de forma macabra.
A pesar del éxito apoteósico de Salome en su estreno, la censura actuó en no pocos teatros: por ejemplo en Berlín, se exigió la presencia de la estrella de Belén para aportar un elemento religioso; en Viena, y a pesar de la intercesión de Gustav Mahler, la obra no pudo ser representada por contener actos que pertenecen a patologías sexuales y su estreno se postergó hasta el 1918, cuando el teatro dejo de ser el escenario de la corte imperial.
La herencia wagneriana aparece en numerosas ocasiones, no solo en cuanto al uso del cromatismo –con armonías que recuerdan a diferentes escenas de Der Ring des Nibelungen– sino también por el constante uso del Leitmotiv. El principal es el del deseo erótico de Salome, que aparece desde el principio de la ópera –“Er ist schrecklich”– y que, junto a otros elementos melódicos reconocibles, se desarrollará ampliamente en la danza de los siete velos, momento de clímax brillante por los numerosos elementos orientales –de invención straussiana– y su plasticidad visual. La pieza describe todos los claroscuros de la caprichosa protagonista: la ingenuidad propia de su juventud –líneas melódicas delicadas–, la perfidia heredada de la madre –acordes disonantes–, la voluptuosidad –exotismo en la instrumentación– o el paroxismo sexual en el clímax de la danza, con ritmos acelerados, agitación sonora y participación de toda la orquesta en forte. La escena no solo es uno de los puntos álgidos de la ópera, sino que además provoca el fatal desenlace: el sacrificio de Jokanaan.
Uno de los momentos más originales –y censurados– de la obra es cuando Salome por fin, puede satisfacer su deseo de besar la cabeza cortada del Bautista (“Ah! Du wolltest mich nicht deinen Mund küssen lassen”), y lo hace con una música de gran peso dramático en la que aparece nuevamente el Leitmotiv del deseo, esta vez consumado de forma macabra.
A pesar del éxito apoteósico de Salome en su estreno, la censura actuó en no pocos teatros: por ejemplo en Berlín, se exigió la presencia de la estrella de Belén para aportar un elemento religioso; en Viena, y a pesar de la intercesión de Gustav Mahler, la obra no pudo ser representada por contener actos que pertenecen a patologías sexuales y su estreno se postergó hasta el 1918, cuando el teatro dejo de ser el escenario de la corte imperial.
 Si en 'Salome' Strauss había iniciado un nuevo camino estético, las 
innovaciones de 'Elektra' anuncian abiertamente el expresionismo 
musical"
 El turno de Elektra
Cuatro años después Strauss estrena Elektra, tragedia 
musical en un acto que inicia la colaboración entre Strauss y el 
libretista Hugo von Hofmannsthal, unión que continuará hasta la muerte 
del escritor. Si en Salome Strauss había iniciado un nuevo camino estético, las innovaciones de Elektra anuncian abiertamente el expresionismo musical.
La protagonista, movida por el afán de vengar la muerte de su padre, provocará una serie de circunstancias que mostrarán el lado más oscuro de la psicología humana. El grito, la disonancia, los contrastes exacerbados o la rotura de la línea melódica, serán algunos de los recursos musicales que Strauss utilizará para describir la agitación interior y la insatisfacción vividas por Elektra.
La protagonista, movida por el afán de vengar la muerte de su padre, provocará una serie de circunstancias que mostrarán el lado más oscuro de la psicología humana. El grito, la disonancia, los contrastes exacerbados o la rotura de la línea melódica, serán algunos de los recursos musicales que Strauss utilizará para describir la agitación interior y la insatisfacción vividas por Elektra.
En la ópera se alternan monólogos con escenas de conjunto en un marco sinfónico que une simbióticamente voz y orquesta. La importante participación instrumental incluye una plantilla orquestal monumental que ronda el centenar de intérpretes, con protagonismo especial de la percusión. En Salome y Elektra hay algunas similitudes, como los monólogos de alta intensidad dramática o la utilización de la danza y la muerte como catarsis liberadora de una angustia existencial. El mismo Strauss había dejado escrito los parecidos entre una y otra: “Ambas están unidas y se distinguen de entre el conjunto de mi obra… En ellas he llegado hasta los límites más lejanos de la armonía y de la capacidad de percepción auditiva que permiten los oídos actuales”.
El personaje de Elektra cuenta también con un Leitmotiv
 propio, más elaborado y sofisticado que el de Salome –con dos 
tonalidades superpuestas–, y disonante. Además de utilizar un canto para
 expresar el texto mientras la orquesta describe su pensamiento real. 
Otro aspecto a destacar es el guiño sonoro que Strauss hace a Salome en Elektra: el Leitmotiv de Agamemnon es la inversión del Leitmotiv del deseo de Salome. Pero en Elektra
 el compositor va más allá y consigue una fusión perfecta entre música y
 drama, con motivos musicales más complejos y elementos sonoros que 
clarifican aspectos no descritos en el texto, como la crispación 
psicológica de Elektra o la extraordinaria caracterización instrumental 
de los personajes. Klytämnestra, perseguida por la mala conciencia y las
 pesadillas recurrentes, se expresa con un canto lento que la orquesta 
acompaña con extrañas sonoridades. Elektra canta su monólogo con un 
lenguaje expresionista que contrasta con otras escenas de carácter más 
lírico. De esta manera, el espectador conoce la verdadera naturaleza de 
Elektra y se anticipa su trágico destino. Como Salome, Elektra danza 
expresando el apoteosis y el clímax de la obra, y la muerte se plantea 
como liberación de su dolor y consumación infinita de un amor censurado 
siguiendo la tradición romántica.
HASTA PRONTO.-
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